CARGANDO

Escribí para buscar

Lecturas por sus autores Literatura

Apuntes- Pablo Grasso – Vida y pasión de Pedro Icazetta, anarquista – Cap26

Es la acción de escribir o tomar notas. Es resaltar los textos, pero también es hacer visible a la persona, al escritor, al poeta que escribe esos… Apuntes

Vida y pasión de Pedro Icazetta, anarquista

Seguramente, en cada uno de nosotros hay más de una madre que nos cuida del Mal Menor. (¡Serás zonzo, ché…!) Ahogándose en el Cuerpo del Hijo Amado, la Madre recoge sus cenizas y las echa en la olla. Lo que queda, esa humedad implícita, no llega a ser ni grasa ‘e chancho. Mero polvito nomás. Esta es, decimos, la carga de los siglos que endereza hacia el llano y se pianta como un caballo chúcaro. Las patas son un peligro y el relincho queda rígido como una extraña flor de hielo colgando de lo alto.

Y el juguito que escuece entre las piernas al ver tanta hermosura…

Volviendo. A Pedro Icazetta, alias “El sanjuanino”, alias “El emisario” lo mató el Estado, lo fusiló como a un perro rabioso. La bala entró en su carne abriendo una brecha angosta (un pasillo) y lo dejó como a un trapo sucio derramado sobre el paredón del cementerio. Nada de accidental hubo en su muerte, nada de aleatorio ni atípico. El mismo eligió –el portazo final- de qué manera irse. Construyó, con artesanal destreza, un significante (su muerte, su destino) intuyendo que el tiempo, como en un lento y persistente proceso geológico, iría agregando capas y capas de significado. Su muerte fue un hecho cargado de futuro, es decir, con un sentido y una dirección (y una particular lógica) sólo susceptibles de ser palpados años después, cuando ya nadie recordara que había ocurrido.
Pongamos que hacía frío y que la tarde se achataba en el horizonte. Largos desgarrones en las nubes color plomo anticipaban tormenta. Una mosca revoloteaba como en día de fiesta. Hasta los perros menos avispados buscaban refugio entre los troncos apilados al borde del camino. Un linyera con cara de pocos amigos meaba tranquilo sobre la tapia del cementerio. Regresaba la muchacha de grandes ojos marrones con las piernas abiertas de emoción. Todos, seres y cosas, girando indiferentes sobre la superficie del planeta muerto.

Frente al batallón de fusilamiento, el anarquista Icazzata debió sentir una profunda paz. Sentado en una silla miraba el suelo (¿recordó, en la tarde remota, a su padre? ¿Conoció el hielo?). O todo lo contrario, vida puerca, (vida) puta: se comía, el varón de deshilachadas pilchas, las uñas hasta sangrar. Un río, una línea de cálida sangre anegaba el terraplén como si fuera una espesa mancha de petróleo. (Cuentan que uno de los soldados que tenía el deber de disparar se las ingenió para armar un barquito de papel y fondearlo, no sin cierta solemnidad, en aquel precioso charco.)

Lux que ilumina, fogata y convento

Más Capítulos

Tags: